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sábado, 2 de marzo de 2019

4.- LEGAZPI. EL TORNAVIAJE



LEGAZPI. EL TORNAVIAJE
Navegantes olvidados por el Pacífico norteEd. Juan Gil (de la RAE). ISBN: 978-84-15255-58-1, Introducción: CXXXIV Texto: 414 pp.


Legazpi, Urdaneta, Arellano…  nombres desconocidos para la gran mayoría que, sin embargo, contribuyeron a ensanchar los horizontes de una corona de Castilla que, a comienzos del XVI, se aventuraba a explorar nuevas rutas que le abrieran camino hacia el lejano Oriente, la codiciada Especiería. Primero con Magallanes costeando el continente americano y posteriormente desde los puertos de la Nueva España que daban al Pacífico.

Pocos autores como el académico Juan Gil conocen la historia de estas navegaciones españolas en el Pacífico norte, y así lo revela en el apasionante ensayo que abre este volumen. Una ruta comercial que, desde Acapulco a Manila, nos muestra cómo se allana el camino hacia las Filipinas gracias al descubrimiento del complejo tornaviaje de regreso hasta las costas mexicanas.

“La expansión española propiamente dicha no empezó sino una vez terminada la Reconquista en 1492”. De hecho, existía una notable despreocupación de la corona castellana (más centrada en los asuntos del Mediterráneo) por la expansión hacia el sur de África que se traduce en la cesión a los portugueses de los territorios atlánticos más al sur de las Canarias.

Sin embargo, a finales del XV ambas potencias ibéricas compiten por alcanzar la India, unos costeando África y los otros por Occidente tras la expedición de Colón. Por el tratado de Tordesillas (1494) un meridiano al oeste de las Azores dividía el mundo en dos zonas de influencia y esa vía marítima hacia Oriente todavía se hacía de rogar para los españoles, que buscaban en Centroamérica un estrecho que diera paso hacia un nuevo océano (el Pacífico), presentido por el propio Colón. Habría que esperar hasta que en 1503 Núñez de Balboa avistara por primera vez el Pacífico, al que llamará la “mar del Sur” tras cruzar el itsmo panameño.

Gracias a los relatos de los viajeros italianos y portugueses, Europa tenía notica de la existencia del sureste asiático donde se encontraban las islas de las Especias y, mientras que el rey de Portugal defendía aquellas tierras como propias por haber llegado primero, la corona de Castilla reclamó la jurisdicción de las Molucas al considerar que quedaban más cerca de América. Con esta misma política ultramarina siguió Carlos I cuando encargó a Fernando de Magallanes, portugués exiliado en Castilla, que retomara el proyecto de llegar a la Especiería bordeando el continente americano. El 21 de octubre de 1520 Magallanes descubrió el estrecho que perpetúa su nombre, pero unos meses después falleció en Mactan por una imprudencia. Una de las naves puso rumbo a la Nueva España en un tornaviaje incierto que tendría que regresar finalmente a Tidori por las tormentas y las numerosas muertes de la tripulación. Sin embargo, la nao Victoria volvió a España capitaneada por Juan Sebastián Elcano, bordeando el cabo de Buena Esperanza aunque ello significara surcar mares prohibidos en Tordesillas. El 6 de septiembre de 1522 arribaría a Sanlúcar de Barrameda “habiendo culminado la mayor hazaña náutica de la historia”.

El comercio con las Islas de la Especiería impulsó nuevos viajes como el de García de Loaýsa en 1527 (siguiendo el mismo derrotero que Magallanes), pero había que investigar una nueva ruta hacia el Maluco por el noroeste. La dificultad del tornaviaje desde Manila a Acapulco, radicaba en que las corrientes y los monzones hacían el regreso a la Nueva España prácticamente inviable. Tras varios intentos frustrados, Felipe II decide retomar el asunto para ensanchar los dominios de España por la mar del Sur y encomienda a fray Andrés de Urdaneta,  veterano del Pacífico y gran cosmógrafo, la expedición a las Filipinas (territorio delicado frente al Maluco, a pesar de que quedaban fuera del dominio portugués). El agustino se muestra reticente y pone entre otras condiciones que el capitán general de la armada sea Miguel López de Legazpi, habilidoso guerrero y tesorero entonces de la Casa de la Moneda en México.

Salen del puerto de La Navidad en el 21/11/1564 y van arribando a la isla de los Ladrones (Marianas), Guam y otros islotes cercanos hasta que el 14/2/1565 avistan al fin tierras filipinas.

Quedaba ahora por delante el reto del Tornaviaje hacia la Nueva España. El 1 de junio de 1565 se emprende el regreso poniendo rumbo al norte. Partía de Cebú la nao San Pedro capitaneada por Felipe Salcedo (el joven nieto de Legazpi), con 200 hombres a bordo entre los que se encontraba Urdaneta. Rindió viaje en el puerto de La Navidad el 8/10/1565 con una tripulación exhausta, pero habiendo coronado un viaje memorable. Legazpi cedió la gloria del descubrimiento de la ruta del tornaviaje a su nieto Salcedo, pero los cronistas agustinos no dudaron en atribuir los méritos al fraile vasco. Sin embargo, todo nos hace pensar que fue el capitán Juan Pablo de Carrión el que dictó en verdad el rumbo de regreso desde Filipinas a México o al menos eso nos dicen los documentos aquí presentados.

Curiosamente, alguien arrebató al San Pedro la primacía en el tornaviaje, pues el patache San Lucas, que había salido junto a la armada de Legazpi rumbo a Filipinas y se dio por perdida a causa del motín relatado por Juan Martínez, logró regresar al puerto de La Navidad dos meses antes que la nave de Urdaneta. Alonso de Arellano y Lope Martín (capitán y piloto de la nave)  fueron los artífices de este primer regreso a las costas mexicanas, aunque el miedo a ser acusados de deserción les arrebatara las mieles del triunfo.

También por estos testimonios podemos asomarnos a la intrahistoria del viaje, que conllevaba no pocas penalidades como el frío que sufrían cuando la nave se ponía en la latitud del Japón,  el hambre, la sed, el hedor o las ratas que roían las pipas de agua, sin desdeñar las enfermedades que pasaban a bordo (del escorbuto a la pérdida de los dientes). También conocemos que entretenían la monotonía de la travesía pescando tiburones o jugando a los naipes y dados a pesar de que fueron prohibidos por el propio Magallanes.

A partir de 1565, una vez hallado y confirmado el camino de regreso, se estableció una ruta regular para el comercio de mercancías (seda, porcelanas, algodón, alfombras…) que empleaba en torno a cinco meses para salvar la distancia entre Acapulco y Manila y fue conocida por todos como el Galeón de Manila. Hasta su cese en 1815 estuvo controlada a manos de la Corona y tuvo que sortear en no pocas ocasiones las embestidas de los piratas ingleses. Después de un siglo de intensos descubrimientos, los navegantes españoles se limitaron a recorrer un camino ya conocido que se convirtió en simple rutina.

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