La epidemia de la primavera arranca con las revueltas de mujeres que se desencadenan en Barcelona en enero de 1918 con motivo del encarecimiento de los productos básicos y concluye a principios de diciembre tras la firma del armisticio que pone fin a la Gran Guerra. Durante el mismo periodo a las innumerables víctimas del conflicto bélico se sumaron millones de muertos en todo el mundo a causa de una epidemia que recibió el singular nombre de “gripe española”.
«Dice que en Burdeos hace días que la gente muere a decenas, que la gripe de la primavera ha vuelto y que es peor, mucho peor. Más afectados y muchas muertes rápidas. Émile dice que las sales de quinina resultan completamente inútiles y que los médicos no solo están desbordados, están desesperados. Faltan médicos y enfermeras. Dice que no hay curas para oficiar tanto funeral. También me escribe que son muchos los casos entre las tropas y entre los inmigrantes españoles que trabajan en los campos franceses. Que se contagia muy rápidamente entre los grupos numerosos. Me advierte de que, acabada la vendimia, los jornaleros pronto regresarán a casa, que algunos están volviendo ya. Dice que si no tomamos medidas...».
«En Francia y en Gran Bretaña la situación era todavía peor y los muertos por la gripe en cada ciudad se contaban por miles. Por una indicación gubernamental, cuyo propósito era que el desánimo y la alarma no cundieran entre una población que se encontraba al límite de su resistencia al dolor, la prensa francesa apenas mencionaba la existencia de una epidemia que estaba dejando a su paso una mortandad pavorosa. No existía el debate público. La Gran Guerra copaba páginas y más páginas, la gente seguía el avance y el retroceso del frente occidental y algunas voces se atrevían a vaticinar un final próximo. Cualquier calamidad parecía menor comparada con una guerra que duraba ya más de cuatro años».
En enero de 1918 miles de mujeres de Barcelona salieron a la calle dispuestas a obligar al Gobierno a regular los precios del pan, del aceite, del bacalao o del carbón; productos que se encarecían de un día para otro debido a la escasez provocada por las exportaciones a los países en guerra y al acaparamiento de algunos comerciantes.
«Centenares de mujeres, hartas de días y días de mostradores desiertos y de precios fuera de su alcance, ocupaban las calles y protagonizaban frecuentes altercados. El dinero no llegaba para nada, ni para una onza de mantequilla o una libra de bacalao que llevar al puchero. Recorrían las calles cuadrillas de madres desesperadas dispuestas a poner un plato en la mesa a toda costa. Se enfrentaban a cara descubierta a la Guardia Civil, se manifestaban airadamente y asaltaban, amparadas por la necesidad, hornos, colmados, barcos cargados de víveres y despachos de carbón».
El hambre derivada de la carestía se ensañaba con las familias obreras y las mujeres, que no conseguían alimentar dignamente a sus familias, se rebelaron en masa. Abandonaron comercios, fábricas e incluso locales de ocio y protagonizaron numerosos altercados con las fuerzas represivas mientras gritaban ¡Mujeres a la calle, a defenderse del hambre y a poner remedio al mal!
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