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lunes, 3 de septiembre de 2018

30.- "La epidemia de la primavera" de Empar Fernández




En el centenario del final de la Primera Guerra Mundial, Empar Fernández nos presenta un drama histórico ambientado durante la gran pandemia de gripe española de 1918, que mató a casi cincuenta millones de personas.

En 1918 Barcelona vivía un momento de conflicto social a causa del incremento del precio de los alimentos, que se exportaban a los países en guerra, lo que propició que las mujeres se levantaran en una de las primeras revueltas femeninas de la historia de España.
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Corre el año 1918 y la I Guerra Mundial está desmoronando Europa cuando Gracia Ballesteros se ve obligada a abandonar precipitadamente Barcelona. En Burdeos conoce a Carter Irvine, un joven americano que se ha alistado como voluntario para luchar en el Viejo Continente, y entablan una relación que deberá superar la distancia y los peligros que les acechan. Mientras tanto a su alrededor cada vez más personas aparentemente sanas mueren por culpa de la gripe, una epidemia que aterrorizará al mundo.

Los acontecimientos siguen su curso y Carter tiene que partir al frente al tiempo que Gracia regresa a una Barcelona que hierve en revueltas sociales. Allí, mientras mantiene una relación epistolar con Carter, comienza a trabajar como ayudante en la consulta de un médico en un momento en que la epidemia de gripe hace estragos, tanto en el frente como entre los civiles de toda Europa.
Empar Fernández construye con maestría una novela en la que destacan la magnífica ambientación de la vida en las trincheras y de la Barcelona de las primeras revueltas sociales encabezadas por mujeres, en un momento en que Europa se enfrenta a una terrible epidemia que se cobró la vida de casi cincuenta millones de personas
La epidemia de la primavera arranca con las revueltas de mujeres que se desencadenan en Barcelona en enero de 1918 con motivo del encarecimiento de los productos básicos y concluye a principios de diciembre tras la firma del armisticio que pone fin a la Gran Guerra. Durante el mismo periodo a las innumerables víctimas del conflicto bélico se sumaron millones de muertos en todo el mundo a causa de una epidemia que recibió el singular nombre de “gripe española”.

«Dice que en Burdeos hace días que la gente muere a decenas, que la gripe de la primavera ha vuelto y que es peor, mucho peor. Más afectados y muchas muertes rápidas. Émile dice que las sales de quinina resultan completamente inútiles y que los médicos no solo están desbordados, están desesperados. Faltan médicos y enfermeras. Dice que no hay curas para oficiar tanto funeral. También me escribe que son muchos los casos entre las tropas y entre los inmigrantes españoles que trabajan en los campos franceses. Que se contagia muy rápidamente entre los grupos numerosos. Me advierte de que, acabada la vendimia, los jornaleros pronto regresarán a casa, que algunos están volviendo ya. Dice que si no tomamos medidas...».

«En Francia y en Gran Bretaña la situación era todavía peor y los muertos por la gripe en cada ciudad se contaban por miles. Por una indicación gubernamental, cuyo propósito era que el desánimo y la alarma no cundieran entre una población que se encontraba al límite de su resistencia al dolor, la prensa francesa apenas mencionaba la existencia de una epidemia que estaba dejando a su paso una mortandad pavorosa. No existía el debate público. La Gran Guerra copaba páginas y más páginas, la gente seguía el avance y el retroceso del frente occidental y algunas voces se atrevían a vaticinar un final próximo. Cualquier calamidad parecía menor comparada con una guerra que duraba ya más de cuatro años».

En enero de 1918 miles de mujeres de Barcelona salieron a la calle dispuestas a obligar al Gobierno a regular los precios del pan, del aceite, del bacalao o del carbón; productos que se encarecían de un día para otro debido a la escasez provocada por las exportaciones a los países en guerra y al acaparamiento de algunos comerciantes.

«Centenares de mujeres, hartas de días y días de mostradores desiertos y de precios fuera de su alcance, ocupaban las calles y protagonizaban frecuentes altercados. El dinero no llegaba para nada, ni para una onza de mantequilla o una libra de bacalao que llevar al puchero. Recorrían las calles cuadrillas de madres desesperadas dispuestas a poner un plato en la mesa a toda costa. Se enfrentaban a cara descubierta a la Guardia Civil, se manifestaban airadamente y asaltaban, amparadas por la necesidad, hornos, colmados, barcos cargados de víveres y despachos de carbón».

El hambre derivada de la carestía se ensañaba con las familias obreras y las mujeres, que no conseguían alimentar dignamente a sus familias, se rebelaron en masa. Abandonaron comercios, fábricas e incluso locales de ocio y protagonizaron numerosos altercados con las fuerzas represivas mientras gritaban ¡Mujeres a la calle, a defenderse del hambre y a poner remedio al mal!

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