«Nos llevamos la versión más fea de lo que era esta carrera por lo que curramos, por lo que sufrimos, por lo que nos esforzamos, cuando la Enfermería no era la profesión de prestigio que es hoy. Conseguimos una diplomatura en una universidad pero aún se nos veía como practicantes y ATS, como meras ayudantes de los médicos. Y nuestra vocación, lejos de debilitarse, tomaba más fuerza. ¿Por qué? Pues porque nos encontramos con mucha gente que era desagradable, descuidada, injusta y nos decíamos “Cuando yo trabaje no haré esto así, lo haré mejor”. Muchas veces los que te enseñaban en las prácticas tenían mucha menos idea que los alumnos que tenían a su cargo. Algunos no tenían ninguna base teórica y no la creían necesaria para poner una sonda o coger una vía. Sabíamos la importancia que podía tener esta profesión y nos revelamos ante la ignorancia de muchas enfermeras y el autoritarismo de los médicos. Y cuanto más sufríamos más seguras estábamos de lo que queríamos. Los futuros profesionales de hoy día lo tienen bastante más fácil, aunque queda aún mucho por hacer, pero no le sacan provecho, ¿por qué? Porque muchos no tienen vocación. Se han llenado la cabeza de pájaros con las series en las que les muestran acciones trepidantes, sangre, casos raros, romances, situaciones dramáticas, tíos y tías buenos, escenas alucinantes de quirófano. Y no ven nada más. La realidad es más fea, mucho más. El dolor no es divertido ni la muerte emocionante. Ellos solo ven vísceras, enfermedades, quirófanos, técnicas chulas… Y no ven a las personas que están detrás. Ven las enfermedades, no a los enfermos.» |
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