Ramón Andrés
SEMPER DOLENS. HISTORIA
DEL SUICIDIO EN OCCIDENTE
Acantilado,
Barcelona, 2015
Nº Paginas.- 512
Por
Ricardo Martínez
La aspiración de todo hombre culto es la
libertad. La aspiración de todo hombre libre es el ejercicio libre de su
voluntad, aunque en ello vaya incluida la muerte, esto es, la privación de la
propia vida si tal fuese su deseo.
La etimología de la palabra suicidio deriva
del latín (de sui, sí mismo, y caderêre, matar) y viene a significar, como
expresión de cultura, aquel que alcanza el libérrimo punto de elegir el final
de su vida. Y si bien podría parecer que
tal ejercicio de la libertad personal es un acto de vanidad o exageración, “el
maestro Eckhart –escribe el autor- consideró durante su retiro espiritual que
dicha entrega pudo deberse a una bondad natural, esa que empuja a los piadosos
a renunciar a sí mismos y, en ello, hasta sacrificar sus vidas por amor a Dios;
un ofrecimiento, asegura, común a los santos e incluso a los paganos
distinguidos por poseer un alma virtuosa, entre los que está Séneca”
Como pura expresión religiosa, es Donne
quien acepta el que “resulte consecuente que los humanos, amando a Dios sobre
todas las cosas, guarden un sentimiento de menosprecio de la muerte” Ante una
buena causa, “el buen pastor da la vida por sus ovejas” a imitación de Cristo.
La palabra ‘suicidio’ por su parte,
guarda, o podría guardar, un profundo sentido moral e ideológico. “Se trata de
un neologismo aparecido en la Inglaterra del siglo XVII en el tratado Religio medici de Thomas Browne,
espíritu meditativo y sereno” Y la historia demuestra que tal voluntad no es privativa de uno de los géneros, sino
que ha de asociarse necesariamente a hombre y mujer. “Castiglione, en el
meridiano del siglo XVI, admiró la saga de las mujeres que supieron morir, y en
este ejercicio de loa evoca el valor de la esposa de Mitrídates o el coraje de
la mujer de Asdrúbal, superior al de su marido en el momento de entregarse a las
llamas. Tácito, por su parte, “había subrayado la valentía de Sextia y no menos
la de Antistia, ambas enfrentadas a Nerón, las cuales, mientras se desangraban,
pidieron un baño de agua caliente”
Tampoco fue, el suicidio, patrimonio de
una clase social, si bien “Hankoff y Einsiedler hicieron hincapié en la frecuencia de muertes
voluntarias ocurridas en los estamentos políticos, y sugieren que la primera
referencia de una nota de despedida suicida aparece, precisamente, en el Egipto
del siglo III a.C., escrita por un consejero y destinada al faraón al que
servía”
En fin, revisitado el tema por un
agitador de conciencias cual es la figura del filósofo contemporáneo Sloterdijk,
el tema adquiere un sesgo polémico, provocador tal vez, pues “a estos impulsos
o ejercicios de autodestrucción les
llama acrobacias, contorsiones en busca de un extrañamiento fuera del existir,
imposición de la voluntad a ultranza, decisión de aniquilamiento. Esto es
también así, conjetura, en el caso de Cristo y su ejemplo a toda una civilización
–por comportar un intenso entrenamiento contra
la vida- no es sino el reconocimiento de haber cumplido una misión” Y aún
añade: “O dicho de otro modo: a través de la búsqueda de la muerte el futuro
deja de serlo: ya está confirmado. Esto significa y cumple la tan cristiana
certificación del logro de lo imposible, y es precisamente lo cierto de la
imposibilidad lo que promueve el anhelo del feliz espacio de lo eterno”
¿Y nada que decir hasta aquí de la
importancia social, literaria y pasional de la presencia del amor en la
manifestación del suicidio? Sí, desde luego. Ya queda expresado que todo ello,
todo gesto humano va impregnado, de una u otra forma, por el sentimiento del
amor. Claro que sí. A la postre, tal vez, acaso todo acto humano quede, en el reservado
discurso del Destino, sujeto a ese acto de voluntad, de libertad, que permitirá
a todo individuo protagonizar una muerte como aspiración a un ideal, sea éste
el que fuere. “Así, en la mors voluntaria
impera una visión utópica, una adicción a las ideas de trascendencia que, de
una forma u otra, alimentan la esperanza de una renovación de nuestro sentido
de la vida”
He aquí, pues, una vez más, el género
humano como expresión de una razón propia inexcusable, de una postura
inequívoca de libertad. Una vez más el deliberado afán del conocimiento, el
corazón sintiente.
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