LOS AMORES DE FRANK KAFKA
Autor.- Naum N.
Glatzer.
Ed.Subsuelo,
Barcelona, 2015
Nº de Páginas.- 173
Por Ricardo
Martínez
http://www.ricardomartinez-conde.es
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A
veces cabría preguntarse: ¿Vivimos el amor
o nos vive? “Se trataría de un matrimonio por amor –escribe un enfermo
Kafka a propósito de su relación con Julie- pero aún más de un matrimonio de
conveniencia, en el más elevado sentido de la palabra” Y he aquí que tal
circunstancia parece presentarse para él más como un problema de consciencia
que como un bien necesario.
La
relación hombre-mujer siempre ha sido, podríamos decir -y será- un exquisito
argumento literario. Ahora bien, es curioso cómo, a lo largo del tiempo, viene
acuñándose como un caso extraordinario, también paradigmático, la relación que
Kafka ha mantenido, a lo largo de su corta vida, con las mujeres.
El
caso es que, me temo, sería más oportuno decir su relación con la mujer, en
singular, por cuanto no ha sido tanto la promiscuidad sino el carácter
físico-espiritual-intelectual del autor con respecto a cada una de las mujeres
que ha conocido.
Tal
vez suceda que la sustancia de la delicada pregunta subyace ahí: “¿Qué es el
amor?... Si es muy sencillo: el amor es tan poco problemático como un automóvil.
Lo único que da problemas son el conductor, los pasajeros y la carretera” Tal
llega a escribir él en una ocasión.
Sus
allegados tienen la convicción de que Kafka amó de verdad en cada una de sus
tentativas frustradas; es más, no sólo defendía la idea del amor, sino que
parecía aceptar implícitamente la necesidad del mismo en la vida de un hombre.
Para ello, eso sí, había que salvar una barrera de límites indefinidos: la
libertad creadora, la disponibilidad primaria de una voluntad propia, esquiva, inestable
que es quien le conducía a escribir constante y frenéticamente cada noche. La
barrera estética de sentirse vivo en la medida en que estaba unido al discurso
literario, a la función significativa de las palabras. No a una mujer.
Hay
una expresión que, haciendo alusión a lo cotidiano en su casa (y el amor
también se sustenta sobre esa cotidianeidad consentida) revela un desapego casi
enfermizo: “la visión del lecho conyugal, la visión de las ropas de cama
usadas, de los camisones de dormir cuidadosamente colocados encima de la cama,
todo esto es capaz casi de hacerme vomitar, de volver del revés mis entrañas”
Al
parecer su mirada inquisitiva y triste, su apariencia lánguida y de una extraña
soledad (rasgos seductores donde los haya) atrajeron la atención delicada y la
pasión de algunas mujeres, más, al fin, siempre había un motivo un tanto
oculto, y por ello no explicitado del todo sino como dominante de su voluntad,
que le impedía acceder definitivamente a establecer un compromiso, una relación
estable y duradera.
Milena,
Grete, Julie y Felice seguro que le amaron verdaderamente, pero algo habría de
frustrar tantos deseos sinceros, tantos requiebros de amor. “Que me ama yo lo
sé –escribió Milena- Es demasiado bueno y delicado para dejar de amarme. Le
parecería un delito” Por eso, quizás, supo disculpar tan delicadamente a su
amado en el obituario: para ella él era “clarividente. Demasiado sabio para
saber vivir”
Manifestaciones
de amor. Al fin, secretos inescrutables del amor. Algo que, de un modo entrañable,
había de dejar expreso como pensamiento otra de sus mujeres, Dora, en el lecho
de muerte del autor: “Mi querido, mi querido, mi buen tú”
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