MALA
LETRA
Autora: Sara Mesa
Editorial: Anagrama
Nº de páginas: 198
Por
Eduardo Cruz Acillona
Lo mismo que quien mira al dedo cuando
éste señala a la luna, también hay quien mira a la letra en vez de a las
palabras sin darse cuenta de que lo importante no es la grafía sino el
significado, no la forma en coger la pluma sino el pulso. En ese sentido,
erraron los profesores que le vaticinaron el fracaso a Sara Mesa por su mala
letra. Como ya demostrara en “Cuatro por cuatro”, su primera novela, y sobre
todo en la siguiente, “Cicatriz” (ambas publicadas por Anagrama), de su lápiz
torcido no vienen saliendo más que enormes obras celebradas tanto por la
crítica como por el público lector.
Dice Michel Houellebecq (y Sara Mesa
sabe por qué lo traigo a colación) que todas las sociedades “tienen sus puntos
débiles, sus llagas”. Y concluye: “Meted el dedo en la llaga y apretad bien
fuerte”. Pues así son los cuentos de Mala
letra. Sara Mesa sabe cómo rascar la piel del lector pero por dentro, por
donde habita el alma. Sus historias nos ponen en situaciones límite, propuestas
extremas, allá donde la cotidianeidad roza el infortunio, el esperpento, el
remordimiento, el drama. Nos lleva desde la angustia de la pérdida en el bosque
(“El cárabo”) hasta el desesperado intento de la imposible huída (“Picabueyes”)
pasando por el dolor intenso que aprisiona el corazón contemplando la cruda
supervivencia de unos hermanos (“Papá es de goma”) o la invasión de la culpa en
una relación entre dos seres cuyas conductas, voluntarias o no, han provocado
terribles sucesos (“Caramy milk…”). Sin embargo, no se aprecia intención de tragedia
en lo leído. Más parece la confesión secreta de un amigo íntimo.
No son cuentos estos para leer en una
tarde. Cada uno de ellos, ya lo adelanto, provoca resaca. Los personajes y sus
circunstancias quedan atrapados en esa zona de la garganta que se irrita con la
angustia y que hace que el hueco para respirar vaya disminuyendo paulatinamente
a medida que avanza el texto. Es difícil no cerrar el libro y pararse a pensar
en nuestra posible actitud de haber estado en la piel de la protagonista de
“Apenas unos milímetros”, frente a la disyuntiva de permitir o no a ese chico
“especial” acudir a una clase de educación sexual… Es complicado no solidarizarse
con la joven que vive con sus tíos y es víctima de violentas actitudes
represoras y “Palabras-Piedra”. Es imposible, insisto, continuar la lectura de
un nuevo cuento como si nada se hubiera revuelto en nuestro interior.
Mención aparte merecen dos relatos que
sobresalen, más si cabe, sobre el resto de joyas incluidas en el libro. Se
trata de “Mármol” y “Mústelidos”. En ellos, más que la historia en sí, destaca
la figura de la escritora, su forma de afrontar la vida y los sucesos que
pueblan sus textos, su manera de plasmar la realidad en un papel con la
supuesta rémora de su mala letra (“Cómo si acaso fuese posible sacar buena
letra de un lápiz torcido”) y lo que esto supone de medicina o placebo contra esa
sensación de estar caminando siempre por una cuerda floja (“…la escritura como
desagüe. Conjuraba el peligro escribiendo sobre el peligro. Dándole forma al
horror evitaba la realización del horror. Escapaba.”). ¿Hacen falta más
palabras, Señoría?...
No hemos agotado aún ni un trimestre de
2016 y ya me atrevo a vaticinar que este será uno de los mejores libros de
relatos del año. Con permiso, claro está, del maestro Hipólito G. Navarro,
quien, felizmente para sus ávidos lectores, volverá a publicar muy pronto.
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