por Eduardo
Cruz Acillona
Autor: Ángel Zapata
Editorial: Páginas de Espuma
Nº de páginas: 92
Según los científicos, la materia
oscura es aquella que no vemos, que no detectamos. Es como la cara oculta de la
Luna o la cara B de los discos de los grupos de moda cuando los discos tenían
dos caras. La materia oscura también podría ser el elemento principal del que
están hechos los sueños, pues sólo en ellos es posible conjugar la vida en
estado puro.
¿Sólo en los sueños? Ya no. Existe un
mundo, más cercano que lo que sospechamos, creado por un Dios con prisa, un
Dios que en realidad es una liebre y a quien le mueve el despecho. Ese mundo,
compuesto en su mayor parte por materia oscura, es el que nos presenta Ángel
Zapata en su última propuesta narrativa.
Así, no será extraño que nos
encontremos, como producto de la improvisación de la liebre, una especie de
junco en Ontario al que, si cubres la raíz con un fieltro, es capaz de
reproducir la voz humana.
Luego puede darse el caso de que dos
hombres discutan sobre una muela (la que protagoniza la portada), y ésta varíe
de tamaño en función de lo acalorado de la conversación. También puede ser que
te visiten en tu casa tijeras y piedras pómez en sábados alternos así como una
tribu de jíbaros que te reduzca la cabeza y lo que provoque que veas en todos
los hombres un razonable parecido físico con san José.
El cuidado exquisito del lenguaje le
lleva al autor en ocasiones a rozar la poesía (“Por ninguna razón,
imperativamente, bajo un silencio amenazado donde algo querría nacer, este
abandono, dilo; este abandono.”) y su precisión, como los movimientos de los
dedos de un mago, hace que nos parezca razonable, e incluso bello, que, por
ejemplo, la estrella de Belén vaya a llegar a una ciudad como Stuttgart en
viaje de negocios.
En la línea más pura del surrealismo,
a veces pareciera como si Zapata hubiera transmutado en un pletórico Dalí,
valga la redundancia, que nos explica su próxima obra maestra: “…en cada
albaricoque, en vez de hueso, hay un diminuto pájaro en llamas”.
También hay en este libro espacio para
la introspección, para preguntarse por el significado del viaje o para hablar
“desde una región posterior al tiempo”, donde “los minutos, aquí, se suceden
sin ángulos, las horas no tienen aristas y, sin embargo, cómo se añora el
ansia”.
En cada microrrelato hay un mundo, una
invitación a deslizarse por escenarios sugerentes, por paisajes con banda
sonora propia. A estos microrrelatos hay que entrar como quien pasea descalzo
por una alfombra recién estrenada. Hay que dejar que te acaricien. Ya se
encargan ellos, con argumentos y habilidades propias de la cara oculta de la
razón, de traspasar tu piel y hacer que su lectura sea mucho más que la
comodidad de un sillón, una lámpara, quizás una copa y un ruido de lluvia en
los cristales de la ventana.
No sé qué conclusiones sacarán los
científicos, pero yo he descubierto que la materia oscura, tratada con mimo y
oficio, también es capaz de brillar por sí misma.
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