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Cuentan los vecinos del pueblo que Leandro Balseiro plantaba lirios, narcisos, siemprevivas y anémonas de un delicado color violeta; que por los muros de aquella casa trepaban pasifloras moradas y rojas; que la cuna de su hija Clara fue un plantón de hortensias; que la niña se alimentó solo de chupar los pétalos azucarados de los amarilis de Ceilán…Dos generaciones más tarde, un comando de intervención artística capitaneado por aquella niña, prepara una audaz operación de denuncia ecologista: resucitar los jardines colgantes de Babilonia del abuelo Leandro en los terrenos de una cantera abandonada.
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