Un ensayo de crítica literaria, fina intuición y
mamporros al Olimpo de los escritores y poetas más importantes de la
reciente historia de la literatura
Sevilla, 2 de octubre de
2012.- El arte de escribir sin
arte, es el nuevo ensayo que acaba de
publicar la editorial Berenice, obra de Felipe Alaiz, y prologado por Javier
Cercas quien dice de él que “perdido en la oscuridad sin remedio de la historia
del anarquismo, su nombre es el de uno de los escritores más relevantes del
movimiento libertario, también el de un periodista que en las dos épocas
radiantes que precedieron al estallido de la guerra civil, gozó del favor de
numerosos lectores.”
Este volumen pretende reunir lo
mejor de la particular tarea de crítico literario del conocido como primer
escritor anarquista español, y ofrece una selección, realizada por Juan Bonilla,
de los más llamativos de sus Tipos españoles, una reunión de retratos
literarios de grandes y olvidados nombres de la literatura española. Alaiz
mezcla, con su prosa rara y potente, tanto finas intuiciones críticas como
acérrimos mamporros nada menos que con Espronceda, Bécquer, Campoamor, Azorín,
Valle Inclán, el Nobel Benavente o todo un García Lorca y sólo parece salvar de
la quema al gran Pío Baroja.
Publicado en los años treinta,
Arte de escribir sin arte plasma una idea de la literatura que apuesta por una
forma de escritura, y de lectura, alejada de los usos burgueses que sólo cuidan
de sus intereses y de su mundo, y que rechaza los preciosismos y piruetas de
estilo que suelen enmascarar la intención de no decir la verdad. “No es el
hombre quien ha de hablar como un libro abierto sino el libro abierto quien debe
hablar como un hombre”, nos dice Alaiz, reclamando lo poco que le queda al
lector y al escritor como voz del pueblo, y emparentándose a una tradición
mairenesca que hoy resuena en Agustín García Calvo o Rafael Sánchez Ferlosio. En
el prólogo a este libro, Javier Cercas le da la razón a Alaiz: «En lo
fundamental es exacta su concepción del estilo... no olvida que lo que suena a
literatura no es nunca literatura... porque el estilo verdadero linda casi
siempre con la ausencia de estilo.»
Según comenta Juan Bonilla en
su epílogo, para Alaiz “Benavente no era más que el pico de una montaña que
había que escalar, y que una vez escalada, había que burlarse de ella, de lo
baja que era. Gabriel Miró era una laguna que había que cruzar a nado, y que una
vez cruzada había que restarle todo mérito y discutir su profundidad. Azorín era
una llanura desértica por la que había que correr a toda velocidad para que la
arena no le abrasara los pies, y una vez puesto a salvo sobre el oasis del papel
en blanco donde verter sus opiniones, estás no podían ser más que
violentas.”
“Entre su producción más
vigorosa se encuentran algunos ensayos literarios de una personalidad y una
libertad sin parangón en el abarrotado panorama de los años treinta de nuestra
literatura” asegura el escritor Juan Bonilla, quien afirma que “no hace falta
ser lector de ninguno de los tipos que protagonizan estos textos, para disfrutar
con la inteligencia, perspicacia, violencia y dichosa superficialidad de este
prosista raro y potente que fue Felipe Alaiz.
Felipe Alaiz, nacido en 1887 en
Belver de Cinca, Huesca, está considerado como. Ejerció muy pronto de periodista
en El Sol y, tras pasar al anarquismo, se vuelca en una labor insaciable como
escritor y propagandista de los ideales libertarios. Llegó a dirigir algunas de
las principales publicaciones anarquistas –entre ellos Tierra y libertad y
Solidaridad obrera-.
Puso su pluma al servicio de
Los Solidarios -el grupo de pistoleros libertarios más aguerrido de la época,
capitaneado por Durruti-, y pasó varias temporadas en la cárcel. Escribió
novelas -Quinet, María se me fuga de la novela-, crítica literaria y
artística –El Arte de escribir sin arte, Tipos españoles, Arte Accesible- y
tradujo a Upton Sinclair, a Dos Passos o a HG Wells.
Considerado un feroz
individualista, siempre díscolo a ojos de la propia CNT y FAI, concebía el
anarquismo como “una conducta” o, como mucho, una opción ideológica y moral.
Tras la victoria de Franco consigue exiliarse de forma milagrosa y, en la
indigencia, muere en 1959, en un mísero hotel de barrio de Montmartre, en París
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