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viernes, 15 de julio de 2011

97.- Libro Ilustrado "Cuaderno de sol", Enrique Flores



El Viajero Alado presenta el libro ilustrado sobre los acontecimientos
ocurridos en la plaza del Sol a partir del 15 M.



"Cuaderno de Sol”
de Enrique Flores con prólogo de Elvira Lindo


LUNES 1 DE AGOSTO
21:30 Presentación en la sede de la galería de arte
El Viajero Alado
Lebrija (C/ Arcos, 27).


Enrique Flores nació en Badajoz, estudió Bellas Artes en la Complutense y Diseño gráfico en St. Martins. Ha ilustrado más de cien libros para las principales editoriales españolas, publica regularmente en el diario El País y es el ganador de la última convocatoria del Premio Lazarillo de Ilustración.


El trazo de Enrique
por Elvira Lindo


Y, de pronto, un día, el dibujante viajero, el hombre que no tiene pereza en echarse al hombro un equipaje ligero y largarse a la otra punta del mundo para dibujar lo que es posible que nosotros no veamos nunca, escucha el rumor del gentío que se arremolina casi a las puertas de su propia casa. Sale a la calle a celebrar que de vez en cuando lo inusual, lo extraordinario, sucede a escasos metros de donde uno vive.
Fue el 15 de mayo, el 15. En un primer momento, se trataba de la fecha de la convocatoria; ahora, da nombre a ese movimiento ciudadano que llenó las plazas de algunas ciudades españolas. Lo que unía, lo que une, a tan diverso grupo de gente que se acercó a las plazas fue la sensación de que se les había arrebatado una democracia realmente participativa, un sistema en el que los ciudadanos no entregaran su destino a los partidos políticos. El dibujante, Enrique Flores, bajó a unirse a la muchedumbre, a mirar, a ser parte de ellos y a ser un testigo: esos dos papeles en que tantas veces se sitúa el artista cuando quiere retratar de forma realmente a humana a los personajes. A la manera velazqueña quiso entrar en el cuadro, dibujar desde dentro y no desde fuera, acercar cuanto pudiera la perspectiva de las personas que se movían delante de sus ojos; para ello, decidió salir de casa como cuando emprende uno de esos largos viajes que le duran meses, en los que se mezclan la vocación de mirar y el vicio de vivir: sin horarios, sin límite. Se fue casi a vivir a la Puerta del Sol. Ganándose la confianza de los que allí acampaban fue colándose en sus vidas, en esa singular convivencia que se generó a fuerza de pasar días y noches a la intemperie.
Flores estaba presente mientras dormían o mientras los desvelados pensaban en voz alta, expresando uno de esos deseos que ya al formularlos se dan como perdidos. Flores estaba de vez en cuando al amanecer, para ver como poco a poco aquel país autónomo de la España que lo circundaba se desperezaba. Flores los dibujaba barriendo o preparando comida, mostrando su espíritu civilizado, reprochando a los colgaos que quisieran tomar el campamento como un lugar propicio para ponerse ciegos. Flores los dibujaba al comer, al besarse, delante de su pancarta, jugando al ajedrez, hablando en la asamblea, aplaudiendo en silencio, cantando para los demás o para sí mismos; Flores escribía las frases que salían de sus bocas: sentencias o frases lapidarias que puestas en papel parecen definir no ya al movimiento en sí sino a esta época de descontento profundo, de rabia y desesperanza.
El dibujante, con espíritu febril por no querer que se le escapara una escena interesante, iba llenando páginas en la libreta, reproduciendo con un trazo ligero el colorido del ambiente, que es lo más difícil de reflejar: la mezcla de olor, sonido y humanidad, esos elementos que el dibujo puede captar si quien tiene el lápiz entre manos es un artista verdadero. Al dibujante se le veía ilusionado porque casi por primera vez podía viajar sin moverse del sitio pero situándose a miles de kilómetros de distancia moral: en un país más justo, menos corrupto y más vivo.
Estaba claro que esa patria tenía que morir, que no encontraría oxígeno suficiente para su existencia, que un día sus habitantes habrían de desmontar el tenderete y volver a ese otro país en el que vivimos todos. Por eso, este trabajo de Enrique muestra, entre otras cosas, la fugacidad de la ilusión, su espíritu perecedero. Ojalá, de cualquier manera, que toda la fuerza colectiva que convirtió el 15 de mayo de 2011 en una fecha para recordar pueda transformarse en algo práctico, que no se desvanezca en el aire. Los dibujos de Enrique están ahí para recordarnos la pasión de esos días. Al verlos, parece que el espectador puede colocarse bajo los toldos de aquella república justa y entrar a formar parte de las conversaciones, las asambleas, de las pequeñas actividades que hacían el lugar habitable; de los sueños que los insomnes pronunciaban en voz alta, sueños que casi ya al decirlos se daban por perdidos.
Parece que está uno ahí, viendo, oliendo, sintiendo. Todo gracias al trazo sabio y humano de nuestro Enrique.
Para mayor información:
Contactar con Bruto Pomeroy; 629555896

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