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miércoles, 17 de diciembre de 2008

281.- Novedad Maeva para el 2009

Novedad Maeva para el 2009.

Paco López Mengual.

El mismo día y a la misma hora que a mi madre le practicaban la cesárea en un sanatorio de Murcia, aparecía en unos estudios londinenses el primer disco de The Beatles. Fue en octubre del 62. Ese año, el Real Madrid volvió a proclamarse campeón de liga. Por jugar a la contra desde el principio, yo siempre he sido más de los Rolling y del Atlético.
Tras concluir mis estudios universitarios, decidí ejercer de mercero, la profesión de mis padres, abuelos, bisabuelos y una lista interminable de ancestros. Vendo imperdibles, dedales, cremalleras... Al igual que cuando escribo, me gusta inventarle una historia a cada cremallera que despacho; nadie sabe dónde acabarán cosidas, que es lo que van a cerrar (o abrir): el sudario de un muerto, la abultada bragueta de Nacho Vidal...
Sé que las clientas de la mercería quedaron algo perplejas cuando tuvieron noticia de la publicación de mi primer libro. Reconozco que no es habitual que el tendero de la esquina se deje caer con una novela escrita.

El mapa de un crimen.

Durante su juventud, mi madre presenció un crimen horrendo. Un barbero cortó la yugular de un rival amoroso ante numerosos testigos. Luego, durante años, estuvo contándome casi a diario los pormenores de la historia que tanto le impresionara. Así que, estos terribles hechos, estuvieron presentes a lo largo de mi infancia.
Para acudir al colegio, cada día debía pasar junto al lugar donde quedó tendido el cadáver. Recuerdo que, cuando llegaba al sitio exacto, daba un salto para no colocar el pie sobre la silueta humana que mi imaginación había pintado con tiza en el suelo. Algunas tardes, jugaba con mis amigos a las canicas alrededor de la siniestra marca imaginaria. Un día mi bola rodó hasta quedar detenida en el interior de la silueta. La estuve contemplando durante un rato pero no me atreví a entrar a tomarla; era como si el muerto la retuviese en su mano. Ante el desconcierto de mis compañeros de juego, huí despavorido a casa.
Años después, en aras del progreso, un alcalde echó una capa de asfalto sobre aquella calle cubriendo con un manto de alquitrán el crimen y, de paso, también las huellas de mi infancia. A veces pienso que he escrito esta novela, El mapa de un crimen, sólo para poder recuperar aquella canica de china.


PUBLICACIÓN FEBRERO 2009

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