LA
OBRA DE SVETLANA ALEIXIÉVICH EN ESPAÑA
Por
Ricardo Martínez
http://www.ricardomartinez-conde.es/
http://www.ricardomartinez-conde.es/
No sé si por causa de la propia realidad
literaria o por la antipatía iconográfica que distingue a estos tiempos
modernos, el caso es que la condición de premio nobel llevaba aparejado, últimamente, una cierta sonrisa de duda, de
sospecha, de acto pactado por intereses políticos antes que por el respeto al
canon que ha hecho distintiva a la buena literatura.
He aquí, no obstante, que, por fortuna,
la sospecha ha de disiparse hoy porque la autora Svetlana Aleksiévich, ganadora
del último nobel concedido, es una escritora de una rara sensibilidad hasta el
punto de saber otorgar a su relato una armonía de conciencia y del discurso que pocas veces nos es dado
disfrutar como lectores: “Todavía hoy duermo con los brazos entrelazados en que
fui feliz. ¡Yo era una enamorada de la vida! Soy armenia, pero nací y me crié
en Bakú, junto al mar. ¡Aquel mar mío! Me marché de allí pero sigo amando su
mar. Me decepcionaron las personas, me decepcionó todo, pero el mar lo amo, es
lo único que amo de allí. Ese mar gris, negro, violáceo suele aparecer en mis
sueños. ¡Y los rayos! Los rayos bailando sobre las olas”
El fragmento corresponde a su último
libro publicado en España, “El fin del Homo
sovieticus” (ed. Acantilado) donde la autora “da voz a cientos de
damnificados: a los humillados y a los ofendidos”, ejemplos o resultado de lo
creado por el laboratorio del marxismo-leninismo: un tipo de hombre, ese Homo
Sovieticus (en genérico, pues la mujer ha jugado en ello un papel decisivo)
condenado a desaparecer con la implosión
de la URSS” Pero hay quien preserva las raíces emocionales, cual es el
caso de la mujer cuyas palabras hemos reproducido aquí
Ya había dado muestras la autora de su
calidad literaria, su cuidado lenguaje persuasivo y su sentido de la riqueza de
los sentidos cuando se ocupó, cual es casi su tarea aceptada, de la historia de los damninficados
por razón de cualquier injusticia: esos héroes anónimos, esos humillados y
ofendidos pero que al final, y gracias a ella, algunos alcanzan a tener voz en
relatos conmovedores que la conciencia no puede eludir: por el rigor de lo
narrado, por la belleza ética y estética que suele emanar de la vida de esos aparentemente
vencidos, si bien sólo en lo material.
Han sido varios (¿tal vez
complementarios?) los temas tratados en sus libros: la historia de las mujeres
que combatieron en el Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial (ed. Debate),
historia que nunca había sido contada hasta ahora, donde, de alguna manera, el
relato embellece la tragedia por su dignidad o su poética emoción. Dice una de
ellas: “Tenía planes para ir con mi hija al parque. A montar en el tiovivo.
¿Cómo le explico a una criatura de seis
años lo que estoy haciendo? Hace poco me preguntó, ¿qué es una guerra? ¿Cómo
responderle? (…) ¿Cómo responder por qué unas personas matan a otras?
En otra de sus obras, ‘Los muchachos de
zinc’ (ed. Debate), donde se ocupa de la devastadora guerra llevada a cabo por
los rusos en Afganistán leemos, a propósito de tal masacre al recordarla: “Este
tema es tabú. A mi mujer, que tenía cuarenta años, allí se le quedó la cabeza
toda blanca de canas. Mi hija solía llevar el pelo largo. Pues ahora siempre lo
lleva corto. Durante los bombardeos nocturnos de Kabul no conseguíamos
despertarla y le tirábamos de las trenzas…”
Por fin, cuando se ocupa de la
desolación, humana y física, que ha dejado atrás la explosión habida en la
famosa central nuclear de Crimea titulado ‘Voces de Chernobil’ (ed. Debate), leemos
el relato de un afectado: “Lo fuerte es que se trataba de lugares preciosos. Y
esa misma belleza era la que hacía de aquel horror algo aún más pavoroso. El
hombre debía abandonar aquellos lugares. Huir de allí como un malvado. Como un
criminal”
Testimonios todos ellos tratados con una
gran sensibilidad en lo humano, pero también en su registro literario, donde un
lenguaje directo, claro y sencillo es capaz de trasladarnos la épica de tantos
agravios que el hombre (en genérico, vuelvo a repetir, pues la autora da voz
preferente, si cabe, a la mujer) ha sufrido, ay! Por causa del propio hombre.
‘Homo homini lupus’ que diría Hobbes
No hay comentarios:
Publicar un comentario