El siglo XX vivió una
auténtica revolución astronómica. Nació la idea del Big Bang y el asombro
empezó a ser moneda corriente, pero lo que mucha gente desconoce es que
una parte no pequeña de esa revolución fue posible gracias al trabajo,
durante mucho tiempo desconocido, de un grupo de mujeres anónimas.
Las calculadoras de estrellas busca reconocer ese papel a través de una historia de
ficción que se sustenta en un grupo de personajes reales: por un lado,
Maria Mitchell, la primera astrónoma de América y una de las científicas
más sobresalientes de la historia, que se distinguió además por su labor
fundamental para contribuir al acceso de las mujeres a la educación
superior, la investigación y los derechos sociales y políticos. Por otro,
las "calculadoras de Harvard", el grupo de mujeres contratadas
por la Universidad de Harvard durante décadas para hacer una labor
callada, que se creía rutinaria, y que tan sólo levantaría acta de todos
los cuerpos del cielo. Pero aquellas mujeres fueron mucho más allá de lo
esperado, y aunque sufrieron el ninguneo o la ocultación por parte de los
hombres, hoy comienzan a ser reconocidas como merecen.
Las calculadoras de estrellas
atraviesa todo ese período, del Nantucket de los tiempos de Moby Dick a
la Guerra de Secesión; de la apertura de la primera universidad de élite
exclusivamente femenina, Vassar College, a la reunión del primer grupo de
calculadoras en Harvard. Y lo hace a través de la mirada de un personaje
femenino que va viviendo esa revolución en primera persona, y que encarna
todas las contradicciones y esfuerzos que debían hacer las mujeres en un
campo como el de la ciencia, obcecadamente cerrado para ellas. Sin
embargo, lograron abrir una rendija tras la que muchas otras han ido
continuando su labor, una labor y un desafío que aún no está superado del
todo.
LAS CALCULADORAS DE
HARVARD
En la década de 1880, la
Universidad de Harvard era un lugar vedado para las mujeres, a las que no
se les permitía cursar estudios superiores (una prohibición que se
mantendría hasta bien entrado el siglo XX). Sin embargo, el director de
su Observatorio, Edward Pickering, tomó una decisión revolucionaria: la
universidad se encontraba inmersa en una tarea titánica, la catalogación
del espectro de todas las estrellas del firmamento, tanto de hemisferio
norte como del sur (para el que se construyó ex profeso para la tarea un
observatorio en Arequipa, Perú), y pronto se dio cuenta de que con su
equipo masculino, demasiado lento y, sobre todo, poco metódico, nunca
llegaría a lado alguno.
Cuentan que, en un momento de
enfado, despidió al jefe del equipo al grito de "¡Eso lo haría mejor
hasta mi criada!". Y efectivamente, contrató a Williamina Fleming
(1857-1911), una escocesa con un hijo que había sido abandonada por su
marido, y que rápidamente aplicó un método y organizó el trabajo.
Ya sólo faltaba quién lo
haría, y con el precedente de Mina Fleming, Pickering lo tuvo claro:
contratar a mujeres estaba lleno de ventajas, porque cobraban
sensiblemente menos que los hombres y, además, hacían a la perfección un
trabajo rutinario en el que (se pensaba) no era necesario pensar. Y así,
pronto la comunidad de Harvard vio divertida cómo las primeras mujeres
ponían el pie para hacer actividades de trascendencia académica. Los
maledicentes pronto bautizaron al grupo como "el harén de
Pickering".
Durante décadas, las mujeres
clasificaron una por una las estrellas del cielo, su color, su tamaño y
su espectro. Un trabajo ímprobo que, sin embargo, sentó las bases de la
revolución astronómica que sobrevendría en el siglo XX. Pero lo mejor es
que fueron ellas, esas mujeres que supuestamente sólo servían para hacer
un mero recuento, sin hacer deducciones sobre lo que veían ni inferir
explicaciones (eso le estaría reservado a los barbudos y masculinos
astrónomos "oficiales"), las que sentaron las bases de esa
revolución.
Así, Annie Jump Cannon
(1863-1941) estableció un método de clasificación del brillo y el tamaño
de las estrellas que se reveló fundamental para los hallazgos anteriores.
Henrietta Swan Leavitt (1868-1921) se centró en las cefeidas, un tipo de
estrellas variables que modificaban su brillo siguiendo un patrón
definido, y logró encontrar un método para medir la distancia de cada una
de ellas con la Tierra. Sus trabajos sirvieron para comprender que el
Universo era algo muchísimo más grande de lo que se creía hasta ese
momento, y sentaron las bases para los trabajos de Edwin Hubble y la
formulación del modelo del Big Bang. O Cecilia Payne (1900-1979), quien
estudiando los espectros comprendió que el material básico que constituía
las estrellas era el hidrógeno, una idea que despertó las chanzas de sus
superiores masculinos, pero que luego se convirtió en uno de los
descubrimientos más importantes de la historia de la astronomía. La
propia Fleming descubrió la nebulosa Cabeza de Caballo y fue responsable
de la catalogación de miles de estrellas.
Muchas de estas aportaciones
fueron opacadas, o los trabajos aparecieron firmados por astrónomos
hombres, pero hoy el papel del grupo de Harvard está en plena
reivindicación, incluidos asteroides y cráteres en la Luna con sus
nombres.
MARIA MITCHELL (1818-1889)
Antes de ellas, Maria Mitchell
marcó un importantísimo precedente en la presencia femenina en la
astronomía estadounidense y mundial. Nacida en la isla de Nantucket, en
el seno de una familia cuáquera, Maria aprendió desde niña a localizar
las estrellas y a ayudar a su padre, el encargado de calibrar los
cronómetros de los barcos balleneros que salían a la mar (eran los
tiempos de Moby Dick), un instrumento fundamental para que los navíos no
se perdieran en el océano en sus largos viajes, que podían durar hasta
varios años.
En 1847, con veintinueve años
de edad, Mitchell descubrió un cometa (el hoy conocido como "Miss
Mitchell's Comet", o C/1847 T1, según la clasificación
internacional). Logró que el rey de Dinamarca le concediera una medalla
que reconocía el descubrimiento, en una dura pugna con otros que lo
reclamaban desde otros países de Europa. Una pugna en la que tuvo el
apoyo de Harvard, y que marcó un hito en la historia de los jóvenes
Estados Unidos, pues supuso uno de los primeros reconocimientos
internacionales de la ciencia que se hacía ahí, hasta entonces
monopolizada por las grandes potencias europeas.
Maria Mitchell siempre se
distinguió por su apasionada defensa del papel de la mujer y del acceso
de ésta a la educación. Viajó sola por toda Europa, en varias ocasiones,
en lo que era todo un atrevimiento para la época, y fue recibida por
muchas de las grandes mentes del continente. En uno de sus viajes,
incluso, logró ser la primera mujer astrónoma en poner el pie en el
Observatorio del Vaticano, si bien tuvo que abandonarlo cuando se puso el
sol. También se enfrentó al esclavismo, hasta el punto de negarse a
vestir ropas confeccionadas con algodón.
Mitchell se involucró en el
gran proyecto de Vassar College, la primera universidad de élite de todo
Estados Unidos dedicada exclusivamente a las mujeres, donde se convirtió
en la primera profesora contratada para dar clases de Astronomía. Allí
luchó contra la discriminación salarial femenina, y su ímpetu
reivindicativo la llevó a involucrarse con los movimientos sufragistas.
Fue la primera mujer en ser admitida en las grandes instituciones
científicas norteamericanas, y fue ampliamente reconocida en Europa.
Hoy, Maria Mitchell (que
cuenta con un cráter en la Luna) es un gran símbolo en Estados Unidos,
considerada como una de las más grandes astrónomas de todos los tiempos,
y una figura humana fascinante. Sus diarios y sus cartas son
apasionantes, y desvelan una sorprendente modernidad.
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